El vecino escritor y sobre no dejarnos solos

Hoy atendí a un evento literario al norte de la Bahía de San Francisco donde trabajo como profesora de escritura. Me llamó la atención un panel llamado “The writer and the literary citizen”. El día estaba lluvioso, frío y tenía mucha hambre y cansancio, porque solo había comido en el día los snacks y el café del evento (como todo trabajo de escritor, el de la enseñanza, aunque no es el peor, también es precario). Pero, en cuanto a los invitados al panel comenzaron a hablar no me arrepentí de haberme quedado más tiempo.

La presentadora comenzó por decir que para ella ser un ciudadano literario era más que ser un “gate keeper”, un vigilante de la entrada al exclusivo condominio de lujo, para ella se trataba de hacer comunidad entre mamíferos, especies, espacios, y tiempos. Algo en la forma de pronunciar las palabras con solemnidad de esa escritora con cabello blanco y vestida de negro con lentes de graduación profunda me hizo sentir acompañada.

Desde que tengo memoria, yo quise ser escritora. La vida para mí tenía más sentido en la literatura que en la vida “real”. El mundo real me parecía caótico, ruidoso, sobrestimulante. Leer era para mí, ha sido siempre un espacio seguro, y se convirtió junto a la escritura en casi lo más importante en mi vida, y digo casi porque los más importante para mí es mi pareja, mis padres, mis hermanas, los animales a los que cuido y mis ancestros. La escritura ha dado una forma de mantener comunicación con ellos de formas íntimas y atemporales.

Ahora sé muchas cosas que me gustaría decirle a escritores jóvenes, pero creo que la más importante es: Hay muchos caminos en la escritura y hay muchas formas de ser escritor. Hay escritores que tienen agentes literarios y hay escritores que no los tienen. Hay escritores que publican en grandes cadenas literarias hay escritores que publican en editoriales independientes o se autopublican. Hay escritores que son leídos por millones y escritores que no. No hay una forma única de ser escritor y tampoco la define el éxito ni el económico ni el personal. Pero hay algo que sí nos debería definir: el ejercicio del pensamiento crítico. Debemos reflexionar sobre cómo los escritores tomamos parte de la construcción del escritor o del intelectual como un producto y cómo esto tiene impacto en la realidad. Tiene impacto en la acumulación del capital económico y social y se refleja en el ejercicio creativo.

  Creo profundamente en que como narradores de mundo sí tenemos la responsabilidad de cuestionar las narrativas que aceptamos como las “del bien” y hablar sobre los usos del poder y los manejos del poder editorial y publicitario. Por nuestro propio bien como creadores, como artistas.

Y aunque me gustó el concepto de literary citizen o ciudadano literato, no me gusta el tono políticamente correcto, por eso me gustaría más usar el de “vecino literario”. Y como tanto en México como en Estados Unidos creo que el vecindario de escritores sería siempre un vecindario precarizado y conflictivo. En Chiapas crecí en una colonia así, en La Beinestar todos sabíamos sobre las vidas de todos. Cuando de pronto el vecino construía una casa más lujosa que los otros, entonces había chismes, envidias y resentimientos. Como en toda colonia, también de pronto había recién venidos novedosos e interesantes y también estaban los fundadores, los que llegaron cuando las calles no estaban ni pavimentadas y aún controlaban información importante y tomaban decisiones que afectaban a todos por igual sin pedirle permiso a nadie.

  Eso me lleva a pensar en cuáles son nuestras responsabilidades como parte de la comunidad literaria. Como alguien que vive entre dos mundos y en los dos se siente ajena a todos y a todo por voluntad y sin drama, porque así me gusta, ya que eso me permite hablar con libertad pues no le debo nada a nadie.

Cultivo mi jardín no como lo quería Voltaire sino como lo cultivaba mi abuela. En la primera casa que tuvo en el pueblo al que migró con sus hijos. Era un jardín tropical, con plantas medicinales, y unas flores que yo amaba que tenían un color purpura y un fruto largo, más animal que flor. Ése es mi jardín. Con honestidad me importa poco los caminos de la escritura que otros decidan llevar. Pero sí me importa la literatura honesta y viva, porque en un mundo donde todo es un producto veo en la ficción y en la poesía la belleza de un secreto compartido entre prisioneros.

Claro que no siempre fui así, fui también una vecina envidiosa, chismosa, y no siempre la mejor amiga. Pero la vida ha sido al mismo tiempo cruel y generosa conmigo. Por eso ahora, siempre intento preguntarme quién no está en la habitación para incluirlo. A veces he extendido generosidad cuando no se me ha extendido de vuelta. A veces también, la he recibido. Sé que promuevo los libros de colegas que nunca promoverían los míos. Compro todos los libros que mi economía permite, aunque sé que no comprarían los míos. Sé que abro puertas que nadie nunca me abriría a mí. Sé que en cambio otros me extienden su mano sin esperar nada a cambio. Sé que hay colegas que me ofrecen todo sin esperar nada de vuelta. Y lo hacemos porque es una decisión íntimamente política.

Yo lo hago además porque creo que todos merecen sentirse y saberse parte de una comunidad. Porque la comunidad literaria no es de las editoriales, ni del estado, sino nuestra.

Hoy la poeta MK Chávez dijo en el panel: “hago comunidad para que nadie esté solo”. Eso casi me hizo llorar. Porque me hizo pensar en los escritores que me han formado y que envejecen sin que nadie los visite, en los escritores que no pueden pagar tratamientos médicos, terapias para enfermedades mentales, la comida de sus hijos.

  Cuando terminó la conferencia todavía llovía y todavía tenía hambre y todavía era extranjera y todavía tenía que manejar hasta casa, pero me sentía acompañada.

Si para algo sirve la escritura, que sea para no dejarnos solos. .